Hace unos días, nuestro amigo Ignacio Domínguez envió un excelente escrito de D. Angel Medina, Catedrático de Historia de la Música de la Universidad de Oviedo: "El Padre José I. Prieto: una trayectoria músical en el espíritu del Motu Proprio". (Studium Ovetense XXII. Oviedo, 1994)
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viernes, 3 de diciembre de 2010
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Lo he leído de un tirón. Interesantísimo. Gracias Nacho por hacérnoslo llegar.
ResponderEliminarSin lugar a duda ninguna hay que agradecer a Ignacio Domínguez el que nos haga partícipes del interesante estudio sobre la figura del padre Prieto en relación con el “Motu proprio” de san Pío X, del que ya en otras páginas de este blog se ha hablado, si mal no recuerdo.
ResponderEliminarConcomitante con el valioso trabajo del profesor don Ángel Medina, y para mayor esclarecimiento de algunos puntos, quiero precisar algún aspecto de este artículo. Como hay limitaciones de caracteres, pondré mi comentario en dos entradas.
En efecto, como afirma el profesor Medina, responde el padre Prieto, a la sazón –enero de 1956– en Roma, a las solicitaciones de la revista “Tesoro Sacro Musical” para que escriba unas palabras acerca de la encíclica de Pío XII “Musicae Sacrae Disciplina”, que se había dado a conocer en diciembre anterior, con un artículo que queda inserto en las páginas 28 y 29 del número correspondiente a marzo-abril de dicho año, en el cual, como afirma el autor, no trata “de hacer un comentario a la Encíclica, sino únicamente de subrayar algunos puntos que pueden ser de especial interés para los músicos y que se contienen sobre todo en la segunda parte del documento”.
De cuantos aspectos toca la Encíclica –principios de estética, arte religioso, música litúrgica y religiosa, gregoriano, polifonía clásica, cantos religiosos populares, etc.– de sólo dos se hace eco el padre Prieto: los coros mixtos y la orquesta.
Con respecto a lo primero la Encíclica dice, recordando Decretos de la Sagrada Congregación de Ritos, que «Donde no se pudiera tener una Schola Cantorum, o no se hallare competente número de Niños Cantores, se permite que “tanto los hombres como las mujeres y las jóvenes, en lugar exclusivamente dedicado a esto, fuera del presbiterio, puedan cantar los textos litúrgicos, con tal que los hombres estén separados absolutamente de las mujeres y jóvenes, evitando todo inconveniente, y gravando la conciencia de los Ordinarios en esta materia”». La interpretación que de este pasaje hace el padre Prieto es manifiestamente moderna –las precauciones de la Encíclica le parecen hechas «para no escandalizar de pronto a algunas conciencias demasiado timoratas»– y en el sentido más favorable y amplio que se pudiera dar a las palabras del Pontífice. Entiende el jesuita que no se trata de una mera concesión hecha a los coros femeninos o mixtos, sino únicamente un deseo de «evitar y prohibir los abusos que tal colaboración [la femenina] pudiera traer». Y sigue escribiendo que no se puede apartar del culto divino «la contribución valiosísima de los coros femeninos», siempre, eso sí, presentes «las debidas cautelas en orden a «la dignidad del culto» y «la moralidad máxima que requiere el lugar sagrado».
Ramón Cubillas
El otro punto que toca el padre Prieto es, como ya he dicho arriba, el de la participación de la orquesta en la iglesia. Sobre esto, se lee en la Encíclica del Santo Padre: «Pero, además del órgano, hay otros instrumentos que pueden ayudar eficazmente a conseguir el fin de la música sagrada, con tal que no tengan nada de profano, estridente o estrepitoso, que desdiga de la función sagrada o de la seriedad del lugar. Sobresalen los instrumentos de arco, que, tanto solos como acompañados de otros instrumentos o del órgano, tienen un poder extraordinario para expresar los sentimientos ya tristes ya alegres». Aquí es donde, entiendo, se muestra el padre Prieto ultramoderno, si se me permites este vocablo. Y creo que no es en absoluto desacertado si ponemos las palabras del padre Prieto al lado de las de don José Artero o Mingote.
ResponderEliminarEn relación con esto, don Ángel Mingote, que se muestra de acuerdo en no poco con el padre Prieto, al que alude reiteradamente, en artículo aparecido en el número de enero-febrero de 1957 del “Tesoro Sacro Musical”, habla de la presencia en el templo de violines, violas, violonchelos, contrabajos, por un lado, y de clarinetes, fagotes, trompas, trompetas, bombardinos y tubas, así como de oboes y cornos ingleses, y de contrafagotes, flautas y flautines, por otra parte, instrumentos con los que, distribuidos proporcionalmente, se daría mayor relieve a las celebraciones litúrgicas. Por su lado, don José Artero, en el artículo que publica en la ya mencionada revista “Tesoro Sacro Musical” (mayo-junio de 1957), cuando habla de la participación de la orquesta en las celebraciones litúrgicas, alude únicamente a los instrumentos de cuerda y al muy ponderado trabajo de Mingote que había aparecido en el número anterior. Y –¿diremos que timoratamente?– interpreta la Encíclica en un sentido restrictivo que le lleva a escribir: «en la antigua y nueva disciplina se ponen como prohibidos los tambores, bombos y similares».
Frente a esta estrechez de miras que manifiestan Artero y Mingote, la postura de Prieto se nos presenta como muy valiente y modernísima. En el comentario rapidísmo a la Encíclica del que venimos hablando, escribe –No olvidemos que venía de dirigir orquestas en Japón y en Alemania– valorando el papel de la orquesta: «Qué cosa puede existir hoy en el mundo de más esplendor de conjunto y de más posibilidades y riqueza musical que una buena orquesta, completa, sí, lo más completa que se pueda?» Y un poco más adelante, ilustrando con su experiencia personal su posición de franca apertura, comentaba cómo había asistido, en una gran capital alemana, a una misa en la que las “concesiones” de Pío XII habían tomado cuerpo. Escribía así:
«Todavía no hace muchas semanas tuve ocasión de asistir en una gran capital de Alemania a la solemnísima fiesta de la restauración de su catedral secular. Un eminentísimo Cardenal pontificaba; ocho excelentísimos señores obispos de diversos países asistían; estaban presentes todos los señores arciprestes de la diócesis y un inmenso pueblo. En el coro alto se ejecutaba una misa de autor moderno, a 6 voces mixtas y gran orquesta. No hay que decir que la orquesta era completa, incluyendo arpa, batería, etc. La gran Coral estaba integrada por un centenar de hombres y mujeres. El espectáculo era grandioso; pero era también religiosísimo».
Leyendo estas últimas palabras que acabamos de transcribir no nos queda más remedio –y no es pena, sino gusto– que afirmar lo que ya sabíamos: nuestro querido padre Prieto, a más de ser músico excelente y director de coro –y no solo de coro– excepcional era hombre anticipado a su tiempo, que supo prever los nuevos derroteros que debía seguir la música religiosa. Tal vez por esto algunos, incluido el padre Otaño, de formación tan distinta, encontraban algunas obras del padre Prieto faltas del espíritu necesario que moviera a la devoción y la piedad de los intérpretes y de quienes las escuchaban. Pero es una cuestión de perspectiva.
Ramón Cubillas