martes, 9 de noviembre de 2010

Música y poesía -2 . Rafael Manero

Gerardo Diego, poeta y músico
“tú sabes dónde yerra un son de rosa”
Tengo la impresión de que la literatura española ha sido, en general, un poco dura de oído para la música. Escaso entusiasmo descubrimos en la mayoría de nuestros escritores y poetas. Por el contrario abundan los denuestos y los chascarrillos de todo tipo. De Unamuno cuentan que, ... (+)

3 comentarios:

  1. Por otro lado –aquí el segundo apunte– hablas del acierto con que Gerardo Diego interpreta, en su soneto a C. A. Debussy, la música de éste, haciendo de sus versos cálidas caricias como es caricia la música del francés. (Fue en 1909 cuando Gerardo Diego escuchó por primera vez a Debussy en una interpretación de su “Clair de lune”). A este propósito, no quiero dejar pasar la oportunidad de ofrecerte unas líneas del padre Otaño entresacadas de una conferencia que sobre la canción popular montañesa dio allá en el lejano 1914, en Santander. Decía así, culpando de la decadencia artística de la música al desconocimiento e insensibilidad del ritmo:

    “Bach, Beethoven, Schumann, Wagner, ¡oh complicadas y potentes maquinarias rítmicas, cuyos vigorosos latidos no desfallecen con los años! Grieg, Debussy, ¡preciosas mariposas que baten el ritmo débil de un día y se extinguen en la noche del olvido! Porque es preciso confesar que gran parte de las obras del pasado arte italiano, que tanto cautivaron a nuestros antepasados, y una buena parte de las modernísimas producciones musicales, con todos sus encantos postizos, con todas sus audacias melódicas y harmónicas, están llamadas a desaparecer por causa de su ritmo invertebrado, endeble y enfermizo, a fuerza de vaguedad y languidez morbosa, consecuencia funesta de un ambiente sensual del que huye siempre el sano instinto rítmico del pueblo”.

    Me parece que hablaba el moralista más que el músico, pero aquí se queda.

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  2. Manero, te felicito por estas “divagaciones”, que leo con gusto, que son tus “hojas otoñales”, cuya próxima entrega ya espero. En ellas se deja ver, en ese análisis que vas haciendo de la música en su relación con la poesía, al humanista total: al filósofo, al médico, al músico, al poeta. Una lectura interesante y amena, la que nos ofreces. Gracias.
    Dos apuntes quiero ahora hacer. Ninguno de ellos alcanzará la cátedra de tu magisterio –profundo, emotivo, poético–, pero ambos, considero, pueden ser complemento, aunque de diverso tipo, a lo que vas exponiendo en tu escrito.
    Hablas de la sumisión inicial de la música a la poesía y lo ejemplificas con el caso del canto gregoriano. Dices con preciosas imágenes: “En el canto gregoriano la música se limita a tocar apenas con los dedos las expresiones latinas, alargando sus sílabas, dándoles la emoción de ese oleaje del sonido que asciende y desciende en la sobria melodía litúrgica”. Y sigues: “La palabra es la que tira de la música y la música, dócil y sumisa, la sigue con su cortejo de delicadas oscilaciones, con la sonora respiración de su pecho”.
    Efectivamente, esto es así y así debía ser. A fin de cuentas, como señala Alec Robertson, no se puede apreciar el canto cristiano en su justo valor si no se tiene presente lo que le dio nacimiento e impulsó su desarrollo: la liturgia (y no se olvide lo que de popular hay, etimológicamente hablando, en esta palabra). Digo esto último pensando en que, estando compuesto el gregoriano en una sola voz, se adecua notablemente a la interpretación de las muchedumbres.
    Es Pío X, en el motu proprio “Tra le sollecitudini” sobre la música sagrada, de 22 de noviembre (esta fecha, siempre presente) de1903, quien expone con magistral acierto el fin al que se encamina ésta:

    “Como parte integrante de la liturgia solemne, la música sagrada tiende a su mismo fin, el cual consiste en la gloria de Dios y la santificación y edificación de los fieles. La música contribuye a aumentar el decoro y esplendor de las solemnidades religiosas, y así como su oficio principal consiste en revestir de adecuadas melodías el texto litúrgico que se propone a la consideración de los fieles, de igual manera su propio fin consiste en añadir más eficacia al texto mismo, para que por tal medio se excite más la devoción de los fieles y se preparen mejor a recibir los frutos de la gracia, propios de la celebración de los sagrados misterios”.

    Así, pues, deberá sujetarse la música a la letra y no inversamente. El fin prescrito por Pío X lo cumple el gregoriano por tres razones que expone el P. Llera: el hecho de que sus melodías estén destinadas al canto unísono; que no consientan modulaciones violentas los intervalos de sus escalas y que sus ocho modos ofrezcan una rica variedad de melodías.

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  3. Eres una inagotable caja de sorpresas, querido Ramón. ¿De dónde has sacado ese tesoro que me adjuntas? ¡La voz de Gerardo Diego recitando esos primeros versos de su soneto, que tanto me han fascinado! Te lo agradezco muchísimo, como también el interés con que has leído esas "divagaciones" y la lucidez con que las comentas.
    Tienes razón cuando dices que, en esas palabras de Otaño que citas, habla más el moralista que el músico. No las conocía. Ese inagotable venero de información que atesoras es verdaderamente admirable. No conocía esa conferencia de 1914, pero sí conocía su forma de enjuiciar a Debussý. En el prólogo al primer tomo de las "Obras completas" del P. Otaño, el P. Victoriano Larrañaga trae el testimonio de una de sus cartas a don José Artero. Entre otras cosas escribe Otaño: "Yo me creo capaz, poniéndome a ello, de asimilarme a Strawinski, a Schönberg, a cualquiera que me despierte mi Pathos. En cambio, conociéndole perfectamente, no me asimilaría jamás a Debussy, sino muy materialmente; es porque a mi no me va esa perfumería de tocador femenino, por muy elegante y refinada que sea. Pertenezco al género masculino, y no me gustan inversiones en el acorde humano" Un poco fuerte. Para mí Otaño es uno de los grandes, no cabe duda: su Miserere, su Christus, su Venite populi, su Tota pulchra y un largo etcétera lo demuestran. Pero cuando las leí, esas palabras me dolieron especialmente y me aclararon algunas cosas: Otaño no apreciaba la música de Prieto. Prieto, en su primera época, viene del Impresionismo, viene de Debussy. Creo que fue el año 50 o por ahí, cuando Otaño vino a Comillas a dar una conferencia sobre el Motu Propio (seguramente tú tendrás más exacta información). Prieto le debió de dar a leer el "Seniores Populi" . No debió de gustarle nada. y el P. Prieto organizó una audición en el Paraninfo sólo para Otaño. Yo entonces era tiple. Recuerdo al P. Otaño, sentado allí al fondo del Paraninfo, en el estrado donde solían colocarse las autoridades en los actos solemnes y públicos. Estaba él solo, siguiendo con la partitura la interpretación del "Seniores populi". Al final, nos marchamos todos y allí se quedaron los dos. No sé qué le diría. Pero tengo la impresión de que Otaño no apreciaba a Prieto, como músico. Y eso me duele profundamente.
    El que los músicos se critiquen unos a otros y no se acepten, no es nada nuevo. Wagner despreciaba a media humanidad y a él lo criticaron duramente Strawiski, Falla y otros muchos. Otaño tenía de sí mismo y del alto valor de su música una conciencia muy viva. Esto y el que él mismo se considerara "homo missus a Deo" para la reforma de la música religiosa (como así fue, en efecto) da a sus escritos un tono de sinceridad rampante que casi molesta. No tiene abuela que le alabe. Dejó escrito que estaba seguro de que sus obras le harían justicia a su debido tiempo. Vistos los actuales derroteros de la música religiosa, no sé cuándo llegará ese tiempo. En cambio, en profetizar la desaparición sin dejar rastro de Debussy se pasó un poco ¿no crees? Rafael Manero

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