miércoles, 17 de noviembre de 2010

Nuevo capítulo de "Música y poesía" -4. Rafael Manero

La Música que nos lleva (o elogio de la ignorancia)
Estábamos en las dificultades.
La “materia” que la poesía transforma son las palabras. Pongamos esa expresión entre comillas, ya que la palabra es algo alado, con un alma espiritual y misteriosa que sólo la mente puede tocar. Pero sí, ellas son los pigmentos, el barro, la “materia” que el poeta manipula y acaricia, para dar forma al mundo de sus sueños... (+)

5 comentarios:

  1. Vuelvo a leer estas sabrosas divagaciones y me veo impelido a hacer algún comentario. Los inserto aquí aunque aludan a páginas anteriores, pues tal vez –tiene algo de perecedero el sistema este del blog: al igual que el periódico de ayer hoy ya es viejo, la nota del día anterior ayer y sus comentarios han caducado al siguiente– no te asome ya a aquéllas.
    Afirmas en la primera de las divagaciones:

    «En cierta “aula de música” quedó muy claramente expuesto que, a lo largo de la historia, la música ha estado prendada/prendida de la poesía. En un principio fue una tímida aproximación, un subrayar con los sonidos musicales las excelencias del texto, un respetuoso darse la mano, permaneciendo cada uno muy puesto en su sitio. Incluso yo diría que con un punto de indudable sumisión, de veneración, incluso de devota reverencia por parte de la música ante el soberano y excelso carácter de las palabras».

    No sé, no sé si estoy de acuerdo con esa “sumisión” inicial de la música a la poesía, por mucho que “in principio erat verbum”. Me explico. Tres son los elementos –corrígeme si me equivoco, querido Manero– constitutivos de la música fundamentales: ritmo, melodía y armonía. De ellos, los dos primeros, fundados en la “sucesividad”; el tercero, en la simultaneidad. Podemos prescindir de la armonía y seguimos teniendo música: el canto gregoriano sería buen exponente de esto. ¿Y si prescindimos de las variaciones tonales y nos quedamos nada más que con el timbre, la intensidad y la duración ritmados?
    Pienso en el hombre primitivo cuya palabra apenas es gruñido inarticulado sorprendiendo, en el golpe violento de la sangre fluyente en sus sienes, en el jadeo tras la carrera extenuante en pos de la esquiva presa, en la cópula brutal, en el casco del bruto que percute “el tambor del llano”; sorprendiendo, digo, el ritmo, en virtud de inexorable ley psicológica –la explica con claridad y sencillez admirables el P. Alonso Schökel.
    ¿Y cuando lo que es percepción, corresponda o no ésta a la realidad exterior, se convierta en fuente de producción –¿puedo llamarla ya artística?– y ese mismo hombre se golpee el muslo, bata con los pies la tierra dura llamando a la caza o entrechoque dos palos, dos guijarros, acompañando a su danza mágica ritual, no tenemos ya música?
    No tengo, ni mucho menos, a Iriarte por último juez en la materia, pero si, como escribe en su “Poema de la Música” –«en el que no cabía mucha estética, y realmente hay muy poca, y ésta vulgarísima», en decir de Menéndez Pelayo– en el golpe del martillo se encuentra placer, que no puede ser de otra índole que estética (I 10):

    «Así también, batiendo
    con ímpetu alternado el yunque fuerte
    tres martillos, producen tal estruendo,
    que, aunque mal entonado
    nos llama la atención, y nos divierte
    sólo con el golpeo acompasado».

    ¿no podremos llamar música a aquel golpear, batir, entrechocar acompasado?
    ¿Y no es esto lo que viene a decir san Isidoro en las “Etimologías” (III 17) al afirmar «cuando hablamos, y también las íntimas pulsaciones de nuestras venas, muestran por sus ritmos cadenciosos su vinculación a las virtudes de la armonía»?
    Ramón Cubillas

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  2. Un poco más adelante, en la siguiente divagación, leo:

    «Tengo la impresión de que la literatura española ha sido, en general, un poco dura de oído para la música. Escaso entusiasmo descubrimos en la mayoría de nuestros escritores y poetas. Por el contrario abundan los denuestos y los chascarrillos de todo tipo».

    No digo que te falte razón. Mas, con todo, no será demasiado que traigamos algunos contraejemplos.
    Y sea el primero el elogio de la música que constituye el ya citado poema de Iriarte, aunque sea lamentable que, siguiendo el mal gusto del siglo por la poesía didáctica, recurriera al verso y no a la prosa.
    ¿Y qué decir de Feijoo? En carta “A una Señora devota, y aficionada a la Música”, incluida entre las “Cartas eruditas y curiosas”, escribe el fraile benedictino: «entre todas las Artes es la más noble, más excelente, la más conforme a la naturaleza racional, y la más apta a hermanarse con la virtud»; y un poco más adelante: «de todas las Artes liberales, y aun de todas las delectables la más connatural a nuestra racional naturaleza es la Música».
    Cervantes, por su parte, hace decir a Sancho dirigiéndose a la burlona Duquesa (“Quijote” II 34) que «donde hay música no puede haber cosa mala». Y en otro lugar (I 28) pone en boca de la hermosa Dorotea, que alaba el benéfico influjo de la música sobre el alma: «la música compone los ánimos descompuestos, y alivia los trabajos que nacen del espíritu».
    De fray Luis de León, basta recordar la oda dirigida a Salinas:

    «¡Oh, suene de contino,
    Salinas, vuestro son en mis oídos,
    por quien al bien divino
    despiertan los sentidos
    quedando a lo demás amortecidos!»

    Si esta última lira no es muestra de entusiasmo…
    El marqués de Santillana en el “Proemio é carta quel marqués de Santillana envió al condestable de Portugal con las obras suyas” dice que los itálicos «ponen sones asymesmo a las sus obras, e cántalas por dulces e diversas maneras: e tanto han familiar, açepta e por manos la música, que paresçe que entre ellos ayan nacido aquellos grandes philósophos Orpheo, Pitágoras e Empédocles» y sigue: ¿E quién dubda que asy como las verdes fojas en el tiempo de la primavera guarneçen e acompañan los desnudos árboles, las dulces voces e hermosos sones non apuesten e acompañen todo rimo, todo metro, todo verso, sea de cualquier arte, pesso e medida?» Creo que buen ejemplo de reconocimiento de la música es éste del Marqués.
    Y antes, el anónimo autor del “Libro de Alexandre” encarece el poder expresivo de la música (coplas 2139 y 2140):

    Ally era la musica cantada por razon
    las dobles que refieren cuytas del coraçon
    las dulçes de las baylas el plorant semiton
    bien podien toller preçio a quantos no mundo son
    Non es en el mundo ome tan sabidor
    que dezir pudiesse qual era la dulzor
    mientre ome uiuiesse en aquella sabor
    non aurie set nin fame nin ira nin dolor
    Y basta, con éstos, de contraejemplos.
    Ramón Cubillas

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  3. Claro, claro, querido Ramón. Pones unos puntos muy bien puestos sobre unas “ies” un tanto vacilantes, por excesivamente soñadoras y fantasiosas. Cuando Alejandro me propuso “publicar” en el blog esas divagaciones le hice notar lo siguiente:
    “Naturalmente que todo esto puede ser palabrería. Esos artículos los escribí hace por lo menos ocho años. Y lo que late en el fondo es una aparente seguridad al escribir sobre aquello de lo que no estoy seguro. De ahí el “así son las cosas, pero si no son así, tampoco pasa nada” y el calificativo de vagorosas divagaciones que puse a estos artículos”.
    Toda esta virguería, pretendidamente literaria, no pasa de ser un barrunto al que, en el mejor de los supuestos, se le podría aplicar aquello de “si non è vero...” Pasa lo mismo con esa simplificación mía de que “la literatura española”, nada menos, ha sido dura de oído. Esa preciosa antología de testimonios elogiosos hacia la música, que esbozas en tu comentario, basta para demostrar que no ha sido “la literatura española” dura de oído, sino algunos literatos; entre los que no estaba García Lorca, por supuesto (“el jinete se acercaba / tocando el tambor del llano...”) que, a parte de tocar el piano, fue muy amigo de Falla (hasta que le dedicó su “Oda al Santísimo Sacramento”) Las simplificaciones son intolerables, desde luego. Pero aquí se trataba también de un “barrunto”. No encuentro en la literatura española (cielos, otra vez generalizando) escritores como Proust o como Tomás Mann que den la impresión de conocer la música “desde dentro”. Probablemente estoy elevando a categoría mis limitados conocimientos de nuestra literatura. Otro exceso más. Y ya son excesivos los excesos. Así es que me paro.Rafael.

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  4. Siguen estas gustosas divagaciones afirmando:

    «En esta aspiración a la fusión de las artes, no hay manera de que música y poesía se desvanezcan y diluyan por completo una en brazos de la otra».

    Cierto que es así. Se buscan –dejemos ahora al margen las otras insulsas divagaciones acerca de si es o no música el rítmico sonido sin melodía que el primitivo produce–; se buscan, digo, música y poesía, se persiguen, se apetecen como la materia a la forma, como el cuerpo al alma, como el hombre a la mujer. Se buscan, se encuentran.
    En ese encuentro, en la forma más elevada del arte (¿En dónde situar la ópera?), música y poesía forman un todo, compuesto nuevo que sin embargo no significa fusión, desvanecimiento ni dilución, lo cual sería aniquilamiento de los componentes. Hay en cuanto existe, aunque sólo sea en virtud del principio de inercia, una aspiración a seguir siendo lo que es, a permanecer sustantivamente lo mismo, aun con todas las variaciones accidentales. Y la poesía y la música, creaciones del hombre, no se escapan a esa ley natural.
    En los oídos divinos seguro que música y poesía suenan igual. Buena es la aspiración a la unidad, lo uno, y a la simplicidad por integración; pero meta inalcanzable. Y eso de la aniquilación, anonadamiento, quede para espíritus más del otro mundo que de este: quede para el Apóstol, que afirma «es Cristo quien vive en mí», o para el transportado en arrobo místico que escribe «estando ya en la perfección, que es la unión de amor con Dios» esa lira cuyo último verso casi encabeza las «hojas otoñales» que dan pie a estos torpes comentarios:

    «¡Oh noche que guiaste!;
    ¡oh noche amable más que el alborada!
    ¡oh noche que juntaste
    Amado con amada,
    amada en el Amado transformada!»

    Para nosotros, que vivimos más a ras de barro, la preposición no es «en» sino «con». Por eso nos conformamos con vivir con Cristo y transformarnos con el amado, manteniendo en todo tiempo nuestro yo a salvo. Y el caso de la música y la poesía no es distinto.
    Música y poesía, poesía y música, pues, mantienen su ser, no se con-funden una con otra, aunque participen de algunos mismos elementos. Por eso puede hacer decir Iriarte a la Poesía al final de su ya repetidamente mencionado poema:

    «Así con amistosa competencia
    Música y Poesía
    En una misma lira tocaremos».

    Así, aproximándose, abrazándose aun sin diluirse música y poesía, preservando siempre su identidad, como seres divinos –recordamos la etimología de estos verbos–, engendran nuevo ser. Esta búsqueda, cópula, creación en que participan de consuno poesía y música la ha dejado expresada bellamente Gerardo Diego en estos versos que sirvieron de prólogo a “Canciones de España” de Fernández-Cid:

    «Canción de dos almas gemelas.
    Amor de las dos paralelas.
    ¿Jamás se unirán sus estelas?
    Canción de la letra y el son.
    No existen. Se buscan. Ya son.
    Se encuentran. Se abrazan. Canción».

    ********
    Repasando entradas antiguas de comentarios musicales, encuentro los que haces, Manero, a propósito del “Procesional de comunión” del padre Prieto (11 de abril). Por si se te pasó por alto, te informo de que en la sección Partituras sustituyó Alejandro la versión manuscrita que había por otra que le envié, ésta sí con acompañamiento de órgano, que había escaneado del “Tesoro sacro musical” (marzo-abril, 1968).
    Ramón Cubillas

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  5. Siguen sorprendiéndome tus comentarios con cosas que desconocía y que me resultan muy interesantes. Esos versos de Gerardo Diego descubriendo en el Canto la fusión (sin confusión) de poesía y música.Prácticamente ese es el tema de la divagación (la última, juro, juro, pater.. .) que queda por salir.
    Tampoco había visto (otra sorpresa) la partitura impresa del Procesional de Comunión de Prieto, que ha sustituído en PARTITURAS a aquella primera versión que envió Andrés Oyola. Sigues en la línea de intrépido descubridor, nada menos que oteando esta vez los horizontes de la revista Tesoro Sacromusical. Mi enhorabuena y muy agradecido. Rafael

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