jueves, 31 de marzo de 2011

Carta de Xabier Erauskin

Bergamín, escritor del 27 y su música callada
Soy y he sido siempre un mero amateur de la música. Así al menos me considero con mi somero curriculum "scolano" de apenas un par de años y otros dos en la "cabina de radio" retransmitiendo con Bernardino Martinez Hernando las misas dominicales para radio Santander y la Semana Santa para radio Nacional. Mi relación con el P. Prieto no fue tampoco demasiado estrecha a pesar de que, aún hoy, le siga agradecido por haber cargado en un viaje desde Roma con aquel viejo acordeón "Settimio Soprani" que ahora duerme en casa. No creo que el P- Prieto pensara que años mas tarde lo iría a profanar acompañando "riancheiras" regadas con alcohol a bordo de los bacaladeros de Terranova.. Reconozco, por otra parte, que en mi particular binomio literatura-música siempre han tenido mas peso las letras aunque la música (escucharla, oirla, sentirla) siga siendo... (+)

Javier

8 comentarios:

  1. Cuántas cosas has removido en mi alma, querido Xabier, con la evocación de tus recuerdos, con la alusión a las sorprendentes y extraordinarias recreaciones digitales de Azagra, y con esa colección de perlas cultivadas en la que Bergamín nos habla de la música. De todas, la que más fieramente me ha tocado, como un golpe de florete a pecho descubierto, ha sido ésta: “La música es la puerta secreta del silencio. Una introducción a la muerte”. Un abrazo. Rafael.

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  2. Gracias, Xabier, por tu intervención.Me he sentido menos solo frente a las armas pesadas
    (Azagra y Manero) cuando dices:”reconozco, por otra parte, que en mi particular binomio literatura-música siempre han tenido mas peso las letras aunque la música (escucharla, oirla, sentirla) siga siendo una maravillosa debilidad...”.Así es mi percepción.Y naturalmente mi lucha, ya conocida en “Amar en Comillas”, lucha que doy por perdida, de que entre bellas e inolvidables armonías, las letras de muchos de nuestros cantos a María y a Jesús eran muchas veces falsas, pobres y tomadas de cantares de amor de la temporada... sobre todo si se considera que nuestro desarrollo humano (yo empecé a los doce años en Comillas) y la formación de nuestra sexualidad eran las que estaban en galeras, entre tormentas y escollos, dormitando seducidas por arrullos de sirenas.
    Celebro tu recuerdo a José Bergamín, y mucho.Pero te confieso que me he perdido en la turba de aforismos de él que citas. Es como un Museo, en el que los cuadros de la sala X, que un buen día tuvieron cada uno su iglesia, su sacristía, su escalinata... pierden a mi entender
    autenticidad y protagonismo al juntarlos el uno junto al otro para comodidad de los que pagaron la entrada.Cada aforismo de Bergamín merece su sala, Xabier. Como prometes continuar la lista, me atrevo a lanzar esta opinión.
    José Manuel Ruiz Marcos

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  3. ¡JoséMa! Cuánto me alegro de leerte, de saber que mantienes tu agudeza de observación y tu excelente prosa. Eso quiere decir que tu salud está en forma. Muy acertada y brillante me parece tu observación sobre la reunión de aforismos de Bergamín. Cada uno requeriría su sala. Los que a mí me han gustado no sé si van juntos o provienen de diversos escritos, pero esa "puerta secreta del silencio" merece ir de la mano de la "introducción a la muerte" y ambas son degarradoramente expresivas de lo que nos hace sentir la música, la mas honda, la que caba en la raíz del ser. Un cordial saludo, JoséMa. Rafael

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  4. Yo también, como Manero, celebro, Josema, que andes por aquí nuevamente. Y también me parece un lujo esa prosa tuya. Sin embargo, con respecto a tus reflexiones acerca de la pintura almacenada en museos… vaya mi sentir o disentir, más bien.

    Parece cierto que, por ejemplo, el altar de mármol de Pérgamo que puedes contemplar en Berlín pueda perder fuerza fuera de su atmósfera original –también lejos del pensamiento, la religión, la mitología, la cultura, en una palabra, original–, si hablamos de emociones. Y puede que suceda lo mismo con la pintura, a la que te refieres en tu escrito. Pero aquí, entonces, ya no se está hablando únicamente del valor estético intrínseco de la obra de arte, sino que estamos hablando de otra cosa: del efecto que causa en el observador el marco y de las asociaciones que pueda hacer entre el entorno y la obra. ¿Acaso pierde algo de su intensidad artística, de su valor estético la Gioconda porque ocupe un lugar en una pared de una sala del Louvre, en vez de colgar en la alcoba de un acomodado mercader de telas? Pienso que no.

    El caso de la palabra es distinto. La palabra, que es “palabra en el tiempo”, adquiere su verdadero significado, su auténtico valor cuando se la pone en relación con las que la rodean. En el diccionario, las palabras no son más que voces muertas: sol, pasión, sangre, viento son como los colores en la paleta del pintor, no llaman a las puertas del alma, están desprovistas de sentido, aunque tengan significado. Y este sentido lo cobran cuando se alían, hermanan, abrazan con otras palabras:

    De sol a sol, jornada tras jornada,
    desde la puesta hasta la amanecida:
    tenso afán de tenerte y penetrarte
    mi amor ya no fue amor para quererte,
    era viento de sangre para ahogarte.
    red de oscura pasión para envolverte. (Palés Matos)

    Con todo, para el caso particular de esa colección de aforismos de Bergamín con que nos ha obsequiado Erauskin creo que nada de lo dicho es pertinente. Digo esto porque el mismo autor publicó, allá por marzo de 1928, en el número XI de “Mediodía, revista de Sevilla”, y con el título “Por debajo de la música”, la colección que nos regala Bergamín. ¿Tiene esta colección su antecedente en otras composiciones del escritor? Personalmente, lo dudo. Parecen más bien chispazos de genio, frutos sí de aguda observación, profundo conocimiento y persistente reflexión, que debemos poner al lado de las genialidades de Gómez de la Serna. Erauskin, que conoce la obra del poeta nos aclarará esto.

    Saludos,
    Ramón Cubillas

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  5. Naturalmente, donde pone "que nos regala Bergamín" debe poner "que nos regala Erauskin".

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  6. Yo también, como Manero, celebro, Josema, que andes por aquí nuevamente. Y también me parece un lujo esa prosa tuya. Sin embargo, con respecto a tus reflexiones acerca de la pintura almacenada en museos… vaya mi sentir o disentir, más bien.

    Parece cierto que, por ejemplo, el altar de mármol de Pérgamo que puedes contemplar en Berlín pueda perder fuerza fuera de su atmósfera original –también lejos del pensamiento, la religión, la mitología, la cultura, en una palabra, original–, si hablamos de emociones. Y puede que suceda lo mismo con la pintura, a la que te refieres en tu escrito. Pero aquí, entonces, ya no se está hablando únicamente del valor estético intrínseco de la obra de arte, sino que estamos hablando de otra cosa: del efecto que causa en el observador el marco y de las asociaciones que pueda hacer entre el entorno y la obra. ¿Acaso pierde algo de su intensidad artística, de su valor estético la Gioconda porque ocupe un lugar en una pared de una sala del Louvre, en vez de colgar en la alcoba de un acomodado mercader de telas? Pienso que no.

    El caso de la palabra es distinto. La palabra, que es “palabra en el tiempo”, adquiere su verdadero significado, su auténtico valor cuando se la pone en relación con las que la rodean. En el diccionario, las palabras no son más que voces muertas: sol, pasión, sangre, viento son como los colores en la paleta del pintor, no llaman a las puertas del alma, están desprovistas de sentido, aunque tengan significado. Y este sentido lo cobran cuando se alían, hermanan, abrazan con otras palabras:

    De sol a sol, jornada tras jornada,
    desde la puesta hasta la amanecida:
    tenso afán de tenerte y penetrarte
    mi amor ya no fue amor para quererte,
    era viento de sangre para ahogarte.
    red de oscura pasión para envolverte. (Palés Matos)

    Con todo, para el caso particular de esa colección de aforismos de Bergamín con que nos ha obsequiado Erauskin creo que nada de lo dicho es pertinente. Digo esto porque el mismo autor publicó, allá por marzo de 1928, en el número XI de “Mediodía, revista de Sevilla”, y con el título “Por debajo de la música”, la colección que nos regala Erauskin. ¿Tiene esta colección su antecedente en otras composiciones del escritor? Personalmente, lo dudo. Parecen más bien chispazos de genio, frutos sí de aguda observación, profundo conocimiento y persistente reflexión, que debemos poner al lado de las genialidades de Gómez de la Serna. Erauskin, que conoce la obra del poeta, nos aclarará esto.

    Saludos,
    Ramón Cubillas

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  7. No me refería al hecho de que una escultura o una pintura sea sacada de su lugar original.El nuevo sitio hasta puede ser mejor y más adecuado.Me referí al hecho de poner obras de arte, muchas y juntas en una sala, la una al lado de la otra, minimizándose, relativizándose, perdiendo su absoluto. tentando al que la contempla a distraerse en lugar de concentrarse.
    Conocéis a alguien que vaya a un museo, pague la entrada de rigor, y todo para concentrarse por media hora ante una única obra?
    José Manuel Ruizb Marcos

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  8. Entendido y conforme con esa tentación de la que hablas. Y cierto que hoy, sobre todo hoy, cuando hay que pagar por todo y cuando vivimos atraídos por el vértigo de la velocidad haciendo de nuestra vida vorágine, esa tentación seguro que es más fuerte que nunca.

    Sin embargo, y por aquello de que para muestra… y lo que sigue, vaya el testimonio de María Zambrano, recogido de un artículo suyo publicado por el diario El País, el 30 de julio de 1987, con el título “El cuadro 'Santa Bárbara' del maestro de Flemalle”:

    “Bien es verdad que cuántas veces, en mi lejana adolescencia, que era ya en aquel momento juventud, yo iba al Museo del Prado solamente para ver a Santa Bárbara del maestro de Flemalle, lo cual no quiere decir que fuera elegido por mí como el mejor cuadro, porque yo de lo que es mejor o peor, en pintura ni en nada, no sé. Tan sólo sé que tenía que venir a verla y que a veces solamente a ella veía, en la misma sala que ocupaba con otras obras del mismo maestro”.

    Algunos, según se ve, han sabido resistir a la tentación.
    Ramón Cubillas

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