martes, 10 de abril de 2012

¡Aquel cuarteto, Paco!

En nuestro tiempo aquel cuarteto era “el cuarteto”. Y dentro de él, la voz campante y vibrante no podía ser otra que la del tenor… y el tenor era Paco. El cuarteto en el que ya faltaba la grave profundidad de Miguel Eizmendi se ha quedado definitivamente huérfano con la pérdida de Paco. Lucía su voz en la familiaridad cercana del “Buen Menú”, del “Oh Pepita” o en el marchoso final del “Beti Maite”; inolvidables recuerdos de veladas y reuniones. Su protagonismo en el cuarteto no se limitaba a la música; la chispa, la gracia de Paco con sus historias y el humor de buena ley eran también su peculiar y atrayente tarjeta de visita. El “cuarteto”, sin embargo, no oculta el espléndido solista de la Scholla que era Paco. Nos lo recuerdan acertadamente Manero y Alejandro insertando el solo del “Ave María” de Goicoechea que tantas veces interpretó y siempre nos emocionaba. ¡A tu salud Paco!
Fuimos a visitarle unos cuantos amigos condiscípulos hace un par de años. Ya estaba bastante pachucho. Salía de la residencia en pocas ocasiones. Aquella fue una de ellas. Una comida, presidida por él y que nos devolvió a un Paco con el humor de siempre y sus celebradas imitaciones (aquel inimitable Doctor Morales, los padres Alejandro, Muñoz..). De aquella comida nos queda el recuerdo de las fotos, una de ellas en las que estén las tres “cuerdas” que quedaban del cuarteto. Paco en el centro escoltado por Rafa Manero y Nacho Zurbamo. Por alguna nube sobrevolando haría la entrada Miguel Eizmendi; ¡Camarero! ¡Señor!
Te recordamos, Paco
Xavier S. Erauskin

El "Oh! Pepita", la obra que Paco habría elegido en plan distenddido  (antes de pinchar en el enlace, esperar a que termine la reproducción automática del "Ave María")  >>

14 comentarios:

  1. Algunas fotos y algunas referencias anteriores, por ejemplo en la entrada «Miguel Eizmendi. (II) Su música» del 1 de febrero del año en curso, hay al «Cuarteto» del que formaba parte Paco Frías, a quien veo lloráis algunos sinceramente.
    Y, pues en el recuerdo estamos, yo le pediría a Alejandro incluyera aquí el «¡Oh, Pepita!», pieza del «Quartet» y que le envié el 29.01.12.
    Os acompaño, Manero, Zurbano y Erauskin, en vuestros recuerdos.
    Ramón Cubillas

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  2. Pues no se hable más. Ahí va el "Oh! Pepita". Cuando, al conocer la noticia de su muerte, pregunté a Manero con qué música podíamos celebrarlo, me decía ...en plan distendido él hubiera escogido el “¡Oh Pepita!”, que además tenía un acusado lucimiento como tenor primero. En plan serio, el “Ave María” de Goicoechea, cuyo solo del “Sancta Maria” él cantó divinamente muchas veces . Elegí el Ave Maria en busca de la solemnidad. Pero, quién sabe, quizá también para este momento él lo habría elegido.
    Nota: Dado que en un comentario no se pueden insertar vínculos, pongo el acceso al pie de la entrada.

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  3. Muy buena idea, Ramón y Alejandro, por la sugerencia apremiante y por la realización del "Oh Pepita". A Paco, que tanto nos hizo reir con sus chascarrillos, le hubiera encantado saber ("a priori") que íbamos a celebrar su recuerdo con este toque de humor. Rafael

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  4. Me he recreado oyendo al cuarteto, con el ave Maria y sobre todo con la acrobacia musical de „Oh,Pepita“. Me vais a llamar pelmazo si vuelvo a repetir que esa acción del cuarteto, en 1947, hubiera sido absolutamente imposible: Cuatro seminaristas celebrando a una mujer, y precisamente a Pepita!
    Ah, las perversiones de la Schola!

    Fue casual el nombre, o premeditado? En mis tiempos, había tres libros prohibidos a los seminaristas. Se decía que quien los leyera,”la colgaba”(la sotana).O le obligaban a colgarla. Eran tres novelas: “Pepita Jiménez”, de Juan Valera, “La Regenta”, de Leopoldo Alas (Clarín) , ambas del siglo XIX, y ya recientísimamente, de los 40,” Sin Camino”, de José Luis Castillo-Puche, con-seminarista mío. Ese título y esa celebración jocosa hubieran sido absolutamente imposibles, casi una blasfemia… en el Comillas de los cuarenta.
    Valera, que también lo fue, cuenta en “Pepita Jiménez” los amores de vacaciones de un seminarista con la jovencísima viuda con que se casó su padre.

    O los PP.de vuestros sesentas no sabían Literatura, o había avanzado ya notablemente la libertad de expresión en La Cardosa.

    Ojalá nos cuente alguno de los supervivientes del cuarteto el porqué de ese título y si hubo alguna resistencia o condenación por parte del claustro de profesores, y sobre todo de sus anejos.
    José Manuel Ruiz Marcos

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  5. A estas alturas de la película, soy el único superviviente "electrónico" del Cuarteto, porque Natxo no quiere saber nada de ordenadores. Así es que no tengo más remedio que contestar. Bueno, pues no hubo ninguna reticencia patrística (mirabile dictu!), al menos que nosotros supiéramos, al "Oh Pepita". Es más el P. Gumersindo la reclamaba en todas nuestras actuaciones e incluso el Nuncio Antoniuti, que nos la oyó interpretar en repetidas ocasiones, era otro de nuestros fans. Tanto es así que, cuando el año que eligieron Papa a Paulo VI hicimos un viaje a Roma Paco, Natxo y yo -Miguel no fue en aquella ocasión- Antoniuti, que entonces estaba en Roma, nos trató de maravilla: nos propocionó entradas en la tribuna del cuerpo diplomático para presenciar la entrada de Paulo VI en San Juan de Letrán. Así es que el "Oh Pepita" no nos creó problemas, sino que nos dió muchas satisfacciones. Sin embargo, el P. Teófanes seguía con su efatillo de "novelas, no verlas", aunque nadie le hacía caso. Los "lletraferits" de entonces, entre los cuales yo no me encontraba, pudieron leer esas obras de literatura que cita Joséma, y, desde luego, sin peligro de expulsión. Las intransigencias se centraban entonces en Ortega y Unamuno, "bestias negras" de las iras filosófico-teológicas de P. Quevedo, que estuvieron a punto de costarle un "auto de fé" al Duque. Pero eso es una historia muy larga de contar.

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  6. Tres libros prohibidos… Hombre, Josema, amores desordenados con magistrales de «espíritu altanero» por medio en «La Regenta»; jóvenes seminaristas que caen rendidos de amor ante la viuda comprometida con su padre en «Pepita Jiménez»; el conflicto de Enrique, que se debate entre la razón y la fe, entre el mundo en el que vive y el exterior, en «Sin camino», que se vendió propagandísticamente como «El drama espiritual de un seminarista español», y esto con críticas directas y despiadadas a la Institución comillesa, creo que justifican algunos anatemas.
    De todas formas, no entiendo cómo en los 40 podía estar prohibida la lectura de «Sin camino», que no se edita hasta 1956 en la Argentina. Y ya que estamos, ahí van algunas perlas que tomo de la primera edición, que tengo aquí a la mano, por la que cito.

    Del padre Prieto:
    «El otro elemento que iba a contribuir a la gloria del Cincuentenario iba a ser el Padre Silva, director de la Schola Cantorum. Al lado de Palestrina y Victoria se proponía ensayar unos madrigales suyos. Desde niño lo habían educado para genio y eso lo hacía bastante arbitrario y absurdo. Le gustaba pasear en silencio, impávido, majestuoso, hierático, como si fuera un pararrayos. Por supuesto se creía superior a Falla y al maestro Rodrigo. Era incapaz de salir a dirigir si antes no estaba convencido de que sus pantalones negros, muy bien planchados y con raya, no asomaban medio palmo por debajo de la sotana. Dirigía con una quietud inefable pero a veces la estatua experimentaba un calambre inesperado y se retorcía como si le hubiera picado un alacrán». (Págs. 95.96)

    Del padre Nieto:
    «Era un Padre de figura realmente grotesca. Andaba como a saltitos y su facha era monstruosa. Era todo pies y cabeza, con un cuerpo raquítico. Pero el modo de moverse y de pararse, el modo de sonreír y de escuchar le hacían conmovedor. Las puntas de sus zapatos se doblaban hacia arriba, y sus gruesos lentes parecían estar hechos de lágrimas cristalizadas. Imponía su figura repelente y a la vez llena de ternura». (Pág. 20)

    De los habitantes de la Cardosa, en general:
    «Allí abundaban los tipos pacíficos, vulgares, alegres, pero ¿no sería porque eran almas simples, sin complicación? También abundaban los tipos groseros y ruines para los que la vocación era casi una mercancía o una pingüe oposición. Como los había despóticos, soberbios, que daban a entender que tenían las pasiones domesticadas en jaulas herméticamente cerradas. Había mucha trapacería, mucha insulsez, mucha pedantería, mucho disimulo dentro del Seminario». (Pág. 35)

    Y de los jesuitas, a quienes trata de disimulados, arteros y habilidosos, igual que Alonso, el protagonista de «Amar en Comillas», para quien eran tan hábiles en encontrar epiqueyas liberadoras:
    «No son nadie los Padre Jesuitas dándole la vuelta al calcetín». (Pág. 39)
    «Si aprovechamos los primeros momentos, cuando la cosa está caliente, podría darnos resultado». (Pág. 197)

    De los retóricos y latinos:
    «Entre unos y otros había una desigualdad grotesca. Desigualdad que podía comprobarse también en los trajes. Unos iban vestidos con pantalones y jerseys deportistas, la camisa desabrochada, medias de sport y botas de cuero; otros con guardapolvos negros, camisas de huérfano y alpargatas de goma. El espectáculo más triste era el de algunos, demasiado mayores para andar entre aquellos niños, que iban enfundados en sotanas cortas y estrechas, rapados como si acabaran de salir de una enfermería, con rostro paliducho y ademanes cohibidos. Repelían a simple vista». (Pág. 127)

    Bueno, ¿para qué seguir? Ni entro ni salgo en si tiene o no razón el autor, en si refleja nada más que la realidad o hace juicios interesados que desdibujan la verdad. Pero, ¿quién abriría las puertas de su casa al enemigo?
    La otra parte, la moral, la de los amores y la mundanidad, la de don Fermín de Pas y la de don Luis de Vargas… con el sexto y el noveno hemos dado.
    Ramón

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  7. "... pero ayudo a mi señor"
    Hombre, Ramón, es fácil entender el probable error de fechas. El "reciéntísimamente" que le precede y el "hubieran sido imposibles.. en el Comillas de los cuarenta" que le sigue, permiten organizarse claramente en el tiempo. ¿No?
    Y ya que estamos aquí, aprovechando que no he leído ninguna de esas novelas (¿tengo el alma limpia por ello?), permite que muestre mi desacuerdo con tu "creo que justifican algunos anatemas...". Es el sentido del término "justifican" el que motiva mi desacuerdo. Bien sabes que en Comillas -de acuerdo, en la mayoría de las instituciones ocurría- se recurría mucho a la fórmula de la prohibición. Y.. sin explicaciones. Sin explicaciones ni argumentos a tantas cosas que las requerían... Muchos recordamos cómo desaparecía un compañero, de la noche a la mañana, sin saber por qué. Sin embargo, lo que me parece más grave es que las prohibciones, como una norma más, había que asumirlas como propias.
    No sé en tus tiempos. En los míos, -los 60- nos decían que la verdadera obediencia consistía en asumir el mandato como si fuera una decisión propia. "Comedura de coco"? Habría sido mucho más inteligente -y eficaz- entrenarnos en el ejercicio de una crítica equilibrada.
    Y para JoséMa y su "Ah, las perversiones de la Schola!" tengo una foto que te sorprenderá. Dame unos días, que hay muchomaterial pendiente.

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  8. Gracias a Rafael, heroico superviviente electrónico del cuarteto, por sus detalles de la feliz aceptación del mismo, y precisamente por causa de Pepita, por parte de los poderosos de este mundo. Aun así, me parece imposible que nadie connotara y ello con todas las consecuencias, la cercanía lógica de vuestra Pepita con "Pepita Jiménez", presente en la Literatura desde 1824.

    Tienes toda la razón, Ramón, en cuanto dices sobre la primera edición de "Sin camino" en Argentina. En la edición que yo poseo, editada en 1976 en Madrid por el Círculo de Amigos de la Historia, dice el preliminar: "Aun
    cuando "Sin camino" parece ser la primera novela escrita por el paisano de José Martínez Ruiz (“Azorín”), antes de 1947, no fue la primera publicada". Esa es mi opinión, que fue su primera.Yo dejé Comillas en 1947 y conocía ya el título de la novela y una serie de detalles de la misma. C.-Puche debió de enviársela en manuscrito a alguno de sus muchos amigos del Teologado, y se comentaba que parte de ella era fruto de su Diario de los años de seminarista y que a más de uno el Diario y la novela le habían ayudado "a colgarla", como solíamos decir.Tuve en mi último año mucho contacto con sus amigos aún teólogos, que jamás me dejaron leer el (posible) manuscrito pero hablamos mucho de él.

    No había, como parezco haber dado a entender, una prohibición de leer las otras dos obras citadas, sino que se las citaba como causantes de algunas salidas del Seminario. Eso bastaba para decidirse a no leerlas o a ocultarlo por lo menos. A mis conseminaristas les llegó el rumor de detalles de "Sin camino" por los rumores que anoto y por la veda de la censura franquista.
    Bueno, el comentario de Alejandro acaba de explicar bien las cosas.

    José Manuel Ruiz Marcos

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  9. Algo, algo sí debía de haber avanzado ya la libertad de expresión, querido Josema, cuando estuve en el Seminario. Algo pero no tanto como para que pudiera leer un libro de texto de Filosofía de 6.º, el de SM de mi hermano mayor, que me confiscaron: era lectura peligrosa para un gramático que se aventuraba en las vías «ad demonstrandum Dei existentiam» del Aquinate.
    Y algo, algo debía de haber avanzado ya la libertad de expresión, queridos Alejandro y Josema, cuando abandoné el Seminario. ¿Cómo? Sencillo. Fui, con toda probabilidad, el último de aquellos que desaparecieron «de la noche a la mañana, sin saber por qué». En un cuaderno de notas escribió mi padre:

    «12-2-72 – Sábado–Llegan cartas del P. Prefecto y P. Rector, anunciando que la Junta del Seminario acordó que RamónM.ª no continúe en el Seminario interno.
    13-2-72 – Domingo–Llega Ramón M.ª, con […] que fueron a buscarle.- Habrá de ir todos los meses a examinarse.- No comprendo la postura del Seminario.- Las razones que dan de inadaptación y alguna otra cosa, a mi entender, sin importancia grande no me parecen suficientes».

    Me llamó el sábado al mediodía mi madre llorando, me informó el padre Jesús Martínez, a la sazón prefecto, preparé mi pobre maleta, pasé la tarde participando en todo con mis compañeros, sin decirles nada, y al día siguiente vuelta a casa. ¿Por qué? Os aseguro que de nada tengo que avergonzarme. Alumno aventajado en todo… menos en conducta. ¿El detonante? Una carta para mi hermano, en la que hacía una crítica detallada, una por una, de las reconvenciones que me había hecho el padre prefecto tras las últimas calificaciones, y que «fuertemientre sellada» deposité en el buzón y leyeron. Sencillo: no cumplí con la norma, cuestioné el sistema. Hicieron lo que tenían que hacer. Y colorín, colorado.
    Ramón

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  10. Xabier S. Erauskin13 de abril de 2012, 10:54

    Me asombra, Ramón, que tantos años después de mi paso por Comillas todavía quedaran restos de una censura inquisitorial que muchos, o algunos de nosotros, conseguimos burlar con mayor o menor fortuna relativamente pronto. Recuerdo que en Tercero de Gramática (1949) conseguí leer en momentos furtivos “Fabiola” de Wiseman y “Amaya” de Navarro Villoslada (¡Horror de novelas!) con sensación casi pecaminosa. Por cierto que entre esos momentos furtivos estaba, algunas veces, la ducha en los sótanos. Sentado en la banqueta, abría a tope el grifo y seguía el argumento interrumpido y camuflado bajo los papeles en el Estudio. Para salir de la cabina me mojaba a conciencia el pelo.. para continuar hecho un cerdo o cerdito. Tal vez esa deplorable conducta me sirvió para, muchos años mas tarde, sobrevivir en los años de embarque en los viejos bacaladeros sin ducha de Terranova y proseguir mi currículum de auténtico marranazo!
    En cuanto al “Sin Camino” de Castillo Puche, lo leí el año 58 gracias a que me lo trajo de Argentina de encargo, junto al “No me avergonzé del Evangelio” de Marino Ayerra , un tío sacerdote, desterrado en el 39 por Franco y el Obispo Lauzurica. Por cierto que su otro libro de curas y seminario “Como ovejas al matadero”, en la misma línea.. ahonda mucho mas en los personajes, aunque no tuviera el mismo morbo para nosotros comilleses..
    Bueno. Seguimos en las mismas ¿Para cuando la música?
    Xabier S. Erauskin

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  11. Impresionante y conmovedor, Ramón, el relato de tu final en La Cardosa.Os admiro a los tres, a ti, a tu madre y a tu padre Qué horas tan crueles.Me he avergonzado muchas veces y ahora una vez más, al recordar que, con los veintiún ya cumplidos, nunca tuve el espíritu crítico ni menos la audacia para en casos así protestar, para pedir que hubiera juicio y abogados y sentencia pública antes de expulsar.
    Tu relato me ahonda de nuevo en esos sentimientos. Sé que no tenía culpa. Era sencillamente tonto e ignorante. Tal vez, mejor, atontado y dejado en la ignorancia. Luego, he aprendido a distinguir entre culpa y responsabilidad. Y responsables sí que éramos todos. Los que callamos ante hechos flagrantes en contra de la justicia y de la caridad cristiana. Como esto sucedió muchas veces, nos acostumbramos a la inactividad y al silencio. los hicimos armazón de nuestro carácter, resultamos mal-formados.

    Me impresiona que cuentes todo esto sin amargura y acabes el cuento con “Colorín colorado”,digamos con un "peor es meneallo", la solución sin lustre que da más énfasis aún al hecho de la injusticia

    José Manuel Ruiz Marcos

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  12. Hablas, Josema, en tu comentario de «horas crueles». No sé. Sí fue cruel –aunque no creo que con crueldad calculada– el dejar a mi madre la tarea de informarme de la expulsión.
    Fue durante la comida.
    –Te llaman por teléfono.
    Abandono el comedor, subo a la primera planta del Hispano, al teléfono junto al comedor de los padres. Y mi madre llorosa, no, mejor, llorando:
    –Te han expulsado del Seminario. Mañana vamos a buscarte.
    Y yo sin comprender aquello. ¿Qué decía? ¡Qué me iban a haber echado! ¿Por qué?
    Las horas, sí, las horas que siguieron fueron tristes, amargas. Tuve, es cierto, una reacción inicial de rebeldía, de rabia, de orgullo. Y me puse a fumar –como ves ya era yo entonces una joyita– en la sala de juegos del tránsito blanco.
    –¿Qué haces? –me preguntó algún compañero escandalizado y alarmado.
    –¡Bah! ¿Qué pasa? ¿Que me van a echar? –respondí con ironía.
    Después vino la asunción –esa que no le gusta a Alejandro– del hecho y de mi situación: seguía siendo un seminarista mientras no dejara atrás la portalada de la Cardosa. Y como tal cumplí con todas las obligaciones comunitarias, con todo el respeto a las normas que ya antes había quebrantado
    Debía abandonar aquellos amados tránsitos, la sala de estudios, el aula, la capilla de san José –el último rosario, la última meditación–, los campos –últimas miradas, vidriados los ojos por furtivas lágrimas de tristeza, al Cantábrico al anochecer–, los jardines, que ya se me hacían angostos como se me angostaba la garganta, los compañeros… Y el cáliz de dolor aquel debió apurarlo solo, en silencio, en la más terrible de las soledades, un niño que se abría camino hacia los catorce años.
    Y al día siguiente el adiós. El taxi bajaba la Cardosa. Atrás quedaban dos años y medio de dicha, de paz, de contento interior: dos años y medio de felicidad. Y siento ahora cuando escribo esto un nudo que me ahoga.
    Tal vez digas que hay mucha literatura en lo anterior. Tal vez las cosas no fueron así, pero así es como lo recuerdo, como lo vivo, lo revivo.
    Y a otra cosa. Hablas en tu escrito también de responsabilidades. No te atormentes: ¿qué se podía hacer?, ¿protestar?, ¿qué se podía ganar con no callar?, ¿otra expulsión? Ni tan siquiera había oportunidad. ¿Hablarlo, cuestionarlo? Ya no había remedio. Era una política de hechos consumados. Pienso que a ninguno os quedó más que guardar silencio, estuvierais o no de acuerdo, y que continuar allí os despejaba el camino, con educación crítica o sin ella, para después en vuestras vidas actuar de otro modo, si es que así lo considerabais.
    Y, en mi caso al menos, no creo que se faltara contra la justicia, ni contra la caridad, ni que hubiera sido necesario abogado ni juicio. Había un tributo que pagar, unas normas que cumplir cuya bondad yo cuestionaba: yo me condené en aquella carta que le envié a mi hermano y que nunca pudo leer.
    Así que, ánimo. Y me alegro por ti, por vosotros, cuando sobre la audacia prevaleció la prudencia.
    Ramón Cubillas

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  13. Muchos podríamos imaginar el drama personal y familiar de una expulsión, pero oirlo contado directamente por la "víctima", sinceramente, conmueve.
    Mira, Ramón, quizá te parezca una tontería pero yo, en representación de la institución que más viva mantiene hoy las esencias de "aquel" Comillas, dando por seguro el acuerdo de todos los que formamos esta familia, propongo tu readmisión con todos los honores.
    Y ahora permite que te cuente otra de tantas experiencias análogas.
    Cuando convocábamos hace un par de años el reencuentro de los compañeros de curso del 60, Paco Burón me trasladaba la respuesta de otro "expulsado", cuyo nombre omito por razones obvias: ... me dijo que no iba a asistir porque considera que se le expulsó injustamente de Comillas y que además "los de Torrelavega" aquel verano le hicistéis el vacío y no estuvistéis con él. Hay que ver lo que uno recuerda después de 50 años...
    Yo escribí a este antiguo amigo pidiendo perdón porque, efectivamente "no estuvimos con él". Algo pasaba en aquel "sistema" que, en vez de someter a crítica ese tipo de decisiones, nos inducía a justificarlas con una despreciable convicción de "algo habrá hecho".

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  14. Es imposible no sentirse conmovido, traspasado de parte a parte, en fin, no sé cómo expresar lo que uno siente, después de leer tus últimos escritos, Ramón. Y lo que más me admira es que, con todo lo que llevas escrito en el blog, en ningún momento se puede apreciar en ti el más mínimo rastro de resentimiento. He vuelto a leer muchos de tus comentarios y aportaciones al blog. Si hacéis la prueba, veréis cómo uno se queda atónito ante la cantidad y calidad de todo lo que Ramón nos ha ofrecido. Pues bien, he dado con uno de tus comentarios en el que, al hilo de otro mío, apruebas sin reservas mis manifestaciones de agradecimiento a los que fueron mis maestros. Escribes: "Con esa mera confesión pública sin ningún almíbar, sin ninguna retórica, sin flores que deshojar, nada más que con sinceridad –que donde habla el corazón sobra la hojarasca de la lengua– suficientemente practicas esta virtud; que, con declararte de este modo –en el blog– obligado, reconoces el beneficio, alabas al bienhechor y se lo agradeces, y le das justa recompensa.

    Y esto otro, después de leer el poema de Mauleón "Alguien me dice: ése eres tú..."
    "Esa fracción de nuestra adolescencia que la cámara congeló, de nuestra adolescencia serena, libre de sobresaltos, confiada y clara, es un presente de nuestros sucesivos pasados, presentes que nos huyen constantemente. Nos has regalado, Mauleón, la eternidad al recordarnos que somos y no somos el mismo siempre y sucesivamente: sé que aquel niño, aquel adolescente de ojos con luz que levantaba sueños en el aire para el hombre que apenas intuía es hoy el hombre que mira y sueña con aquel niño, aquel adolescente, y espera..." Después de leer estas manifestaciones tuyas, a renglón seguido de tus últimas confidencias, uno no tiene más remedio que admirar tu grandeza de ánimo y confesar que siente un nudo en la garaganta.

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