miércoles, 27 de junio de 2012

Hermano Prieto, 40 aniversario de su muerte

Una vez más, recordando fechas. Este viernes 29 se cumplen cuarenta años de la muerte del hermano Prieto. De él todos, a buen seguro, guardamos una viva imagen: el bondadoso y paciente hermano, eclipsado, sin ningún género de dudas, por la sobresaliente figura del padre Prieto, bien sentado pacientemente ante el órgano, ya en la capilla de san José, ya en la iglesia, bien en los conciertos de santa Cecilia ante el magnífico piano de cola del paraninfo.
Sean estas líneas y el documento que adjunto, que debo al hermano Arnaiz de Alcalá, rendido homenaje a su memoria.
Ramón Cubillas

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10 comentarios:

  1. El niño aquel que llegó a Comillas en Octubre de 1938 ni imaginarse podía que aquellos dos seres fueran hermanos carnales. No les veía parecido ni en el físico, ni en la vestimenta, ni en los modales, ni en los andares, ni en la estética exterior, el cuidado de su persona. Tampoco les vio nunca darse ante nosotros muestras de afecto especial, sería tal vez porque ninguno de los dos lo necesitaba, o era resultado de la rigorosa educación de una familia, camino todos del claustro.
    El uno tenía una ocupación notoria, con posición elegante, admirada y hasta envidiada; el otro era aquellos años ”prefecto” de los empleados, a los que nosotros no dábamos ese nombre neutral, se les conocía como “los criados”. Prieto era en aquel entonces el jefe de los que limpiaban y fregaban y barrían por doquier y en el refectorio servían comidas y recogían platos y cubiertos. Fregones y escobas, estos eran los blasones de su escudo nobiliar. Aquel niño ubicaba a Luis Prieto en lo más bajo del escalafón, incluso entre los hermanos coadjutores. Había coadjutores con fama y con sede de electricista, de zapatero. Prieto no tenía una sede que nos llevara a visitarle, a pedirle favores; y fama tampoco la tenía, a pesar de sus dotes musicales, tan evidentes. Aquel niño no podía imaginarse que el Hermano jesuita hubiera tenido profundos estudios musicales con destacados maestros, que fuera profesional de la música antes que su hermano y el que enseñó a manejar teclados al director de nuestro coro.
    A sus actividades ante el órgano o el piano de cola parecía aquel jesuita darles escasa importancia, como si no cuadraran con el resto de su vida interior; jamás le vi ni el saludo al público ni la inclinación de cabeza agradeciendo los aplausos a la Schola. Parecía no interpretarlos como aplausos también a su actuación. Luego le conocí un poco más, si bien en otro “oficio humilde” también, cuando controlaba, una vez por semana, a los que intentábamos, bajo su tutela lejana, aprender piano en alguno de los instrumentos arrinconados en las aulas. En alguna de esas visitas y en encuentros de casualidad bajando la cuesta hacia el pueblo, pude conversar con él y llegar al convencimiento de que Luis Prieto no sólo entendía de pianos y partituras, sino que sabía con certeza qué era lo que en la vida le interesaba y se despreocupaba sin pesares del resto.
    En los oficios de Nochebuena tenía Luis una actuación especialísima dentro de la liturgia navideña, algo que se hizo tradicional: recitar desde el coro una de las lecciones del Oficio, tomada del cap 9 de Isaías, extraordinariamente larga, siempre la misma, por cierto se me antojaba, por recitarla él, la más solemne de todas:
    ”Primo tempore alleviata est terra Zabulon et terra Nephtalim (…) que acababa solemne y triunfal con la alusión al Mesías, que Prieto recalcaba en rittardando: “et vocabitur nomen ejus, Admirabilis, Consiliarius, Deus, Fortis, Pater futuri sæculi, Princeps pacis.” Era la exclusiva de Luis Prieto. Me causaba alegría esta intervención, siempre perfecta, y sólo una vez al año. Como si abandonara por unos momentos su reserva y saliera de la oscuridad, activara su puesto de honor, el que le era debido…y esquivara por unos instantes las soledades de su escondimiento.
    José Manuel Ruiz Marcos

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  2. Mi más lejano recuerdo del hermano Prieto retrocede hasta el mismo día de mi llegada a Comillas, un veinticinco de septiembre de 1969. Él me enseñó el primero los espaciosos tránsitos, el frontón, las camarillas, la iglesia, las cocinas (Aún vive en mí el sabor de aquel primer helado de menta), la sala de estudio…
    De lo que le conocí, dos virtudes, a las que ya he aludido, resalto: la paciencia y la bondad.¡Cuántas veces le arrastré hasta aquellos pianos, cada uno en su cuartito, o hasta el paraninfo para oírle interpretar (¡Hermano, una vez más!) la marcha «Alla turca» de Mozart, o hasta la iglesia y allí, en el coro, pasándole las páginas de la partitura a la orden de su gesto con un movimiento de cabeza, escuchar con embeleso (Inolvidable «Toccata y fuga» de Bach), abiertos los ojos infantiles ante el prodigio de las manos que corrían los teclados.
    A estas dos virtudes habría que añadir la humildad, que le hacía permanecer ajeno a los agasajos del mundo –Josema lo ha dejado muy claro. También el hermano Arnaiz– y ocupar siempre un segundo plano, incluso allí donde estaba más que autorizado, ante el órgano de la capilla de san José o el piano de la sala de música, para ocupar el primero, y una firme voluntad de ser complaciente.
    La última vez que lo vi con vida fue pocos días antes de que muriera. O tal vez en el mes de marzo. El veintitrés de junio del 72 –volví a Santander al día siguiente– fui a Comillas a examinarme. Estaba el hermano en la enfermería, en la cama, de donde ya no se levantaba. Entonces le vi de otra forma: vi al hombre en su totalidad. ¡Qué soledad la suya! ¡Qué falta de afecto: sacrificio voluntario de la vida consagrada! Y fue su único consuelo, tras sesenta años de virtuosa vida religiosa, aquel chiquillo al que apretaba en silencio paternalmente contra su pecho: conmovedora imagen de un anciano a las puertas de la muerte.
    Ya después nos transmitieron la noticia de su muerte. Y vuelta, ahora dolorosa, a Comillas. Desde lo alto del coro, junto con mis hermanos, canté en su funeral. «Desde lo hondo a ti grito, Señor». Y, ya en el cementerio, le ofrecieron a mi madre –éramos lo más parecido a una familia que tenía– el honor de sobre el féretro echar un puñado de tierra, que retumbó en mi pecho doliente.

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  3. Qué privilegio, Ramón ,haber tenido tales contactos con Luis Prieto ya desde tu llegada a Comillas y sobre todo tú y tu familia a las puertas de su muerte. En los años treinta, que yo conviví con él, estaba él mucho más ausente, por su cargo con los criados a los que se esmeraba en atender. Una vez pude, o más bien tuve que pasar una noche, era la víspera de San Ignacio del 1947, en una de las camarillas destinadas a “los criados” más o menos al nivel de las tribunas con procesión de santos del Paraninfo , y detrás de él, y pensé mucho en Luis Prieto, preguntándome cuál sería su actitud moral ante el contraste entre el aprecio formal de la Orden a la dignidad humana y la realidad triste de aquellas buhardillas.
    Insistes en su humildad , por despreciar los agasajos del mundo. No discrepamos en la sustancia, creo que no, que tal vez sólo sea cuestión de nominalismo, de ponerle otro nombre a lo mismo. Yo no lo vi como humildad, para mí iba por delante todo el tesón, el carácter de un hombre que sabe a qué atenerse, que ha hecho en su vida una elección de lo que le interesa y le conmueve y lo que le deja indiferente. y la sigue a rajatabla .
    .Cuando esto escribo, ya medianoche, acabamos de entrar en el 29 de junio. El día de su aniversario. Qué merecidas tiene él estas memorias, estos recuerdos.
    José Manuel Ruiz Marcos

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  4. Leyendos vuestros comentarios, JoséMa y Ramón, qué "frío" queda el escrito del hermano Arnáiz... y cómo reflejan los sentimientos que nos inspiraba este hombre tan "discreto". Le recuerdo especialmente, haciendo casi de madre, en el viaje a Loreto y Roma. Aquella anécdota tan recordada entre los pequeños, viajando en el tren italiano, comiendo, calor sofocante:
    -"caldo, caldo!", dijo una nativa.
    -"No señora, es espagueti", respondió el hermano Prieto con toda amabilidad.
    Nunca entendí el rollo padres/hermanos. Tan elevados, estirados -superiores- aquellos, paseando majestuosamente con el breviario en las manos. Tan humildes, sencillos, currantes -"de paisano" incluso, algunos- estos. Todos, sin embargo S. J.
    La herrería (querido hermano Bravo...), la imprenta, panadería, carpintería, zapatería... todas en sus manos (?). Dónde, cómo se producía la selección y el destino?
    Leo en el escrito del hermano Arnáiz cómo lo resuelve de un modo tan anecdótico. REcoge el comentario de su "elegante" hermano, Padre Prieto: ... su deseo y vocación era entrar para hermano, ello pese a que el P. Provincial veía que tenía cualidades para hacer bien los estudios. Me sorprende que al comentar el tema de los permisos familiares no se diga nada al respecto. Pero tenía, sin duda, el perfil exacto de lo que entendíamos por "hermano". Es curioso, si alguien quisiera un ejemplo bien concreto de los dos perfiles lo encontraría en los Prieto.
    Descansa en paz, hermano Prieto. Lejos siempre de las "glorias" de la Schola, todos te queríamos. Hoy, al recordarte, me vienen al corazón aquellos versos de otro Luis que parecen describirte :
    No cura si la fama
    canta con voz, su nombre, pregonera...

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  5. Escribía el otro día Josema hablando de los estudios musicales, de la profesionalidad, del conocimiento del piano y de las partituras del hermano Prieto. Callado queda dicho que de sus dotes interpretativas no soy quién para emitir juicio alguno. Ahora bien, no puedo dejar de recordar lo que hace unos años, en un encuentro casual ante el Máximo, una mañana nostálgica de verano, me contó el padre Alejandro, Alejandro Martínez. Decía el padre Prieto, hablando de su hermano Luis, que tocaba el piano como llevaría un saco de patatas, aludiendo a una perfección técnica desprovista de emoción. ¿Era así?

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  6. Sin meterme tampoco a juzgar a falta de dotes interpretativas, sí me aventuro a opinar discretamente.
    Conocí bien a Alejandro, le tuve de profesor en primero de filosofia y le traté bastante luego, congeniábamos bien. Le gustaban las expresiones, hechos o dichos estupefacientes y extravagantes, cosa que él no era.Posible creo que J.I.Prieto se refiriera a una determinada actuación concreta de Luis ante el piano de cola.Lo hizo con destellos de humor que como buen músico tuvo sin duda que reflejar en el gracejo, en el tono, amén de la partitura de sus manos de prestidigitador...detalles todos que ni asoman en el relato escueto y desamorado de aquel oyente. ocasional,.) Alejandro lo oyó al pasar y no tardó en insertarlo en su colección de dichos célebrea, por lo escalofriantes o edificasntes, con que sorprender al respetable público.
    José Manuel Ruiz Marcos.

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  7. No sé, no sé, Josema. Hablaba yo del padre Alejandro y me lo pones tú como profesor tuyo en primero de Filosofía, me imagino que de Crítica, Gnoseología o cosa por el estilo. Creo que no hablamos de la misma persona: tú, del padre José M.ª de Alejandro; yo, del padre Alejandro Martínez Sierra. Y este, según parece, había nacido en 1924. Malamente, podría, según mis cálculos, ser profesor tuyo allá por el 44, más o menos.
    De todas formas, lo que yo contaba no pasaba de ser una mera anécdota, aunque con la pregunta final dejé el campo abierto a nuevas intervenciones en el blog. Y, a decir verdad, si fue lo del «saco de patatas» un comentario ocasional y referido a nada más que una interpretación del hermano Prieto, o fue un juicio de sus dotes interpretativas, no lo sé. Ahora bien, desde lejos y con la imagen que del hermano has trazado, me aventuro a inclinarme por lo último.
    Creo que el hermano Prieto era poco, muy poco emotivo; poco dado al exceso de ninguna pasión, muy lejos de su hermano –con acierto Alejandro ha puesto a ambos frente a frente–, a quien le es absolutamente natural la emotividad, el arrebato pasional. ¿Recuerda alguno de vosotros un gesto de pasión, de emoción, una afloración de la intimidad del hermano Prieto? ¿Y del padre, sin embargo? Por esto, probablemente, tampoco componía, que yo sepa, el hermano Prieto. Al artista –al verdadero artista, al menos desde una visión un tanto romántica del arte– le son necesarios el arrobamiento, la vivencia, la enajenación, el éxtasis, la emoción, el apasionamiento. Y esto tanto a la hora de la creación como de la interpretación. De otro modo, tendremos obras perfectas técnicamente pero frías, tendremos un trabajo bien hecho pero nunca una obra de arte, hablando, al menos, de música.
    Bueno, lo cierto es que no hago más que afirmaciones que no pruebo y que apenas he meditado, puramente gratuitas. ¡Ah, si hubiera que pagar cuando se dicen tonterías! Seguro que no hubiera escrito lo anterior. En fin, ahí queda.

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  8. Ramón Sánchez-Infante6 de julio de 2012, 22:35

    EL PIANISTA EN ZAPATILLAS
    No sé si el Hermano Prieto se emocionaba al tocar el piano, pero sé que a pesar de su aparente frialdad podía emocionar a los demás. Lo comprobé muchas veces: su entrega, destreza y técnica, perfectas, eran capaces de despertar sentimientos de agradecimiento, admiración, disfrute, entusiasmo… que si no eran emociones estéticas se le daban un aire.
    En muchas ocasiones le vi tocar por primera vez (repentizar, creo que se llama) partituras que le llevábamos, en su mayoría de cosas para él muy lejanas: Let´s Twist Again de Chubby Checker, I Saw Her Standing There de los Beatles, America de Leonard Bernstein, Be My Baby de las Ronettes...
    (ver foto)
    - ¡Más deprisa, hermano! -le pedíamos.
    - Pero aquí pone moderate tempo –protestaba, mientras atacaba aquellos ritmos sincopados y contrarritmos con los que acababa familiarizándose como un quinceañero. Con normalidad, sin alardes. Sonriendo satisfecho por el OK que le daban nuestro entusiasmo y nuestras palmas. Y si con la emoción la partitura se caía, con los compases que él había memorizado el ritmo no paraba.

    ¿Qué queréis que os diga? A mí aquellas sesiones me parecían emocionantes, magia potagia como la de Harry Potter. Todos sabemos que un buen envase mejora el producto, y que la vena artística crece con la capacidad de crearse y creerse una imagen de artista. El “problema” es que el Hermano no se desmelenaba como su hermano, no marcaba el ritmo con cabeza y pies, ni se cimbreaba con las corrientes de lo que hoy llamaríamos marketing. Luis tocaba el piano en zapatillas. En todo caso, no conviene valorar la emoción sólo por los gestos que el intérprete exhibe/o no frente a la galería. Hay otro criterio: la emoción se contagia y se comparte; y si se contagia, es que había emoción.
    En aquellas sesiones, además, el Hermano Prieto nos daba trozos de tarta que sacaba a escondidas del comedor de los padres. Al ser lector, comía después que los demás, circunstancia que aprovechaba para traerse bajo la sotana las raciones que sobraban. No sé cómo lo hacía, pero un día se trajo una tarta casi entera. Con toda naturalidad, sin dar importancia al regalo, como si estuviera tocando el piano, en zapatillas. ¡Todo un artista!
    Ramón Sánchez-Infante

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  9. Se puede tener sentimientos y emociones y dominarlos.Eso debe de ser difícil, pero lo aprenden los japoneses desde la primera niñez.Son los japoneses por tanto, Ramón, un pueblo de desarrobados, de despasionados, de inenajenables? Lo son única y excepcionalmente si se hacen el jarakiri, cuando ya no cabe duda?

    Luis con la tarta debajo de la sotana está haciendo traición a la educación ultrajaponesa de su familia, figuraos, una familia entera soñando con el común proyecto de vida:acabar, progenitores incluso, en el claustro!.
    Debió de ser un conjunto superjaponesísimo. Yo creo que, sin emoción en el alma ni se puede ataviar de clérigo una tarta para sorprender a los amigos ni se puede tocar al órgano la Toccata y fuga en re menor O el Final de la Mathaeus-Pasión de Bach, obras favoritas de Luis Prieto, tal vez nuestro japonés "honoris causa".
    José Manuel Ruiz Marcos

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  10. La evocación que del Hermano Prieto ha hecho Ramón Sánchez Infante me parece extraordinaria, y trae a mi memoria su recuerdo, envuelto en aquella atmósfera de admiración y afecto, característica de nuestra relación con él. “El Hermano Zapatillas” solía llamarlo cariñosamente Miguel Eizmendi, aludiendo a su calzado habitual y a su forma de ser, entrañable y sencilla. De su admirable técnica de tocar el piano, adquirida en su juventud y milagrosamente conservada, a pesar de su dedicación a tareas más relacionadas con los sacos de patatas que con el teclado, nos puede dar idea el que su hermano le entregara sus composiciones, para que se las tocara, antes de darlas por definitivas. A veces el compositor, en sus idas y vueltas sobre lo que escribe, termina tocando no lo que está en el papel sino lo que tiene en mente. Las interpretaciones repentizadas del Hermano Prieto le daban pie a José Ignacio para comprobaciones, ajustes y correcciones. En cuanto a la comentada frialdad de sus interpretaciones, estoy muy de acuerdo con Sánchez Infante en que “no conviene valorar la emoción sólo por los gestos que el intérprete exhibe / o no frente a la galería.” Recuerdo, porque fue la primera vez en mi vida que oí esa música, su interpretación del tercer movimiento de la Sonata “Claro de luna” de Beethoven y de la Primera “Arabesque” de Debussy. Cuando, años después, tuve acceso a esas obras, nunca consiguieron mis gestos transmitir la emoción de aquel “apassionato” de sus manos tranquilas sobre el teclado en la Sonata de Beethoven, ni la claridad cristalina con que dibujaba el deslumbrante tejido sonoro de la “Arabesque” de Debussy. Para los que quieran recordar estas músicas:
    Claude Debussy:Arabesque No.1 E-major W.Nänni >>

    ... y aquí la partitura >>

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