domingo, 11 de diciembre de 2011

José Ignacio Prieto. XXXI Aniversario de su muerte.

Dedicado al Padre Prieto, con todo cariño >>

 

4 comentarios:

  1. No conocí al padre Prieto como director de la Schola. Mi conocimiento de él fue de otra índole. Fue en el ámbito familiar donde fundamentalmente tuve trato con él. Lo conocí un día que, por circunstancias que no hacen al caso, fuimos los hermanos y mi madre a pasar un rato a la Ponti, un día que se me pierde en la bruma del recuerdo. Allí, delante de la soberbia puerta de Domènech i Muntaner se inició la relación, la inició él. Debía de correr entonces el 64.
    A partir de ese momento se estrechó el vínculo con el padre Prieto. Todos en casa considerábamos, y así lo seguimos haciendo, un privilegio el que, cuando debía hacer noche en Santander, optara por la humildad de la buhardilla –85 escalones– antes que por la residencia de los jesuitas o las casas de otras familias más acomodadas que se le ofrecían. ¿Por qué esto? Probablemente porque reencontró allí lo que de algún modo había perdido al escoger la carrera eclesiástica: una familia, el calor de una familia. Tal y como imagino sucedía con Alejandro, según deduzco de lo que leo.
    En esos primeros años que siguieron a aquel fortuito encuentro, mi hermano mayor lo acompañó al Congreso de Essen (junio del 65), a Portugal durante quince días (julio del mismo año), a la gira de Alemania (en el mes de agosto), a la de Suecia (entre el 10 de agosto y el 11 de septiembre del 66), a la del 67 –a la que también fue mi otro hermano– (entre el 29 de junio y el 2 de agosto), y vuelta a París (entre el 25 de agosto y el 20 de septiembre del 67), unos días por el suroeste francés a principios de septiembre del 68, Oviedo (septiembre del 69), etc.
    Y después, en el 69, por invitación suya, me llegó Comillas. Y también a mi hermano. Tres años de mi infancia imborrables y decisivos. ¿Y para quién no? La mejor educación a la que se podía aspirar entonces en España. La mejor educación en todos los sentidos: formación académica, formación humana, formación religiosa. Tres años sacramentales, de los que imprimen carácter, de los que dejan poso en el alma.
    ¿Qué recuerdos guardo del padre Prieto? ¿Qué imagen suya pervive en mí?
    Puesto a elegir, al margen de lo más puramente anecdótico –mis servicios como monaguillo en el altar de la Divina Pastora en la iglesia de los capuchinos cuando pernoctaba en mi casa, los pequeños conciertos privados en su habitación o en el paraninfo, los paseos en aquel elegante Simca 1501, 7628TQ75, las rayas con que medía mi desarrollo– me quedo con sus manos, manos eucarísticas, de dedos finos y largos, aseadas y pulcras, delicadas y nobles, que se mueven con natural expresividad y dulzura, acariciadoras, que cuando se posan en mi hombro o descansan sobre mi cabeza trasmiten seguridad, tranquilidad, sosiego. Diría que se concentraba en sus manos toda su persona. ¡Cómo se hacía notar cuando estaba en casa! Irradiaba serenidad, paz, elevación espiritual. Todo se dulcificaba y sublimaba en su presencia, y las cosas más comunes (una comida, una cena, la bendición de la mesa –reservada a él cuando estaba en casa–, la vuelta del colegio sabiendo que él estaba allí o llegaría) alcanzaban una dimensión transcendente. Y también con su mirada: severa, cuando no sonreía, pero sin dureza; penetrante, pero sin inquietar; mirando más y más a tu fondo, pero sin escudriñar; como una invitación, como si tendiera su mano al alma.
    Y todavía hoy, cuando me lo represento, cuando reconstruyo alguna escena como composición de lugar de la que él es centro, figura a la que el resto sirve de fondo, actúa sobre mi espíritu como bálsamo que derrama quietud, serenidad y confianza.
    Para él el agradecimiento, y la memoria, y el honor, y la gloria y la paz eternos.
    Ramón Cubillas

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  2. Soy seguramente uno de esos a quienes nuestro Blog de la Scola nos ha refrescado la memoria y el corazón con el recuerdo de la desaparición de una persona inolvidable; el Padre Prieto. Mas allá de sus singulares clases de religión y francés que quedaron en el olvido, queda su apabullante magisterio musical. Aquella música que se nos introducía como veneno delicioso en Comillas tiene ante todo y sobre todo un nombre; Prieto.
    Gracias a él, escuchamos las primeras grabaciones de los clásicos, Bach, Mozart, Beethoven... y comenzamos a degustar la música mas moderna. Es sobre todo su figuran lo que recordamos, imágenes de una briosa presencia directora en los ensayos, en el coro o el Paraninfo, gestos con los que lograba hacernos sentir el alma del canto y superarnos a nosotros mismos.
    Por encima de todo quiero dejar constancia de mi agradecimiento por el más grande regalo que nos legó a través de aquellos años de Comillas: el amor por la música.
    Xabier S. Erauskin

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  3. Ahí va mi granito de arena a la biografía del P.Prieto que estáis elaborando con sensibilidad y cariño.
    En los años ya descendentes del P.Prieto,lo nombraron presidente o algo así,de la asociación musical internacional "Pueri Cantores".Por entonces,recuerdo que consiguió la colaboración especial para la promoción de la asociación , de los entonces cantantes de moda Juan y Junior.Recuerdo también que viajó a Astorga ,(León),para un evento relacionado con "Pueri Cantores".Mi hermano,Gregorio,
    comillés,miembro perpetuo de la Schola , y profesor del Seminario Diocesano en aquellos años,compartió con él aquellas jornadas.,en las que aún mantenía algo de su brío personal e intransferible (años 80.... Intenté ir a saludarle,pero me fue imposible.
    Un saludo.-Agustín Rodríguez.

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  4. Yo también conocí al P. Prieto y canté bajo su dirección en la Eschola. Seria por el año 63 y 64.
    Recuerdo su energía y entusuiasmo, su capacidad para sacar de nuestras gargantas y pechos aquellos melodiosos sonidos que deseaba, cómo se desazonaba cuando cantábamos como chicos de pueblo, chirriando con voces de gato. Lo decía para azuzarnos, no era cierto. Eran años de decadencia, la eschola languidecía por la ausencia de Teo y casi Filo.
    Volví a verlo en Madrid, años después, muy debilitado, pero con la misma ilusión de antaño.
    Qué impresionantes eran los salmos que cantábamos en el coro de la Iglesia por Semana Santa. Aquel "Audite meo..." que rompía el silencio de los oficios resonaba por las paredes de la Iglesia como una bomba.
    Y aquellas fugas al órgano que improvisaba
    .... Las danzas del Principe Igor.... Los Carmina Burana..... El Ama begira zazu....
    el candentibus (cantantibus) organis....
    Qué os voy a decir que no sepais, vosotros que lo conocisteis antes que yo y participasteis de sus éxitos....
    Un saludo a todos y adelante con la "memoria histórica".
    Luis Manrique

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