jueves, 8 de diciembre de 2011

XXXI Aniversario

El próximo domingo hará 31 años que nuestro querido Padre Prieto inició la composición de obra eterna: la memoria.
Ramón Cubillas ha enviado una nota necrológica aparecida en Noticias de la Provincia de Castilla, marzo, 1981 que publicaremos el domingo.
Estamos preparando un pequeño gesto de recuerdo, agradecimiento y cariño para publicar ese día.
Te animo a sumarte mediante algún escrito, que puedes enviar por correo electrónico, a esta conmemoración.

Alejandro Rivas 

-José Ignacio Prieto Arrizubieta (1900-1980). Necrológica, por A. Arnaiz (1981). >>

5 comentarios:

  1. Si no me equivoco hemos echado mal las cuentas. No son 30 sino 31 años los que hará el próximo domigo que murió el padre Prieto, por eso pudo aparecer la nota necrológica en marzo del 81.

    Bueno, que me parece muy buena idea la invitación que has hecho, a quienes a estas páginas nos acercamos, para que recordemos de alguna manera a Prieto. Por mi parte y por ahora, nada sino que siga siendo modelo permanente de BUENA VIDA, de la única vida que se puede llamar en verdad buena. Y si hay alguien que ose lanzar la primera piedra, que la guarde para sí.
    Ramón Cubillas

    ResponderEliminar
  2. No fue un erro de cuentas sino un error de escritura. Escribí 30 en vez de 31 pero el título de la entrada lo dejaba claro.
    A estas, alturas, sin embargo, no importa demasiado que sean 30 ó 31. Lo que siento de verdad, y sobre ello quisiera escribir, es el no haber estado más cerca en los últimos años de su vida en los que debió padecer una tristísima soledad.

    ResponderEliminar
  3. Me ha impresionado el comentario sobre la “tristísima soledad” de José Ignacio en los últimos años de su vida. Me pareció que hasta la sentía más que mi propia soledad, la soledad de mis muchos años. Algo me consolé tratando de convencerme de que él la sufrió tal vez menos que los que hoy, tan en torno a él, la recordamos.

    Mi último encuentro con él fué en el ascensor del Hispano, cuando ya parecía recuperarse después del accidente. Estábamos corporalmente más cerca el uno del otro que tal vez lo habíamos estado nunca, solos los dos en el ascensor. Pensé que cuando le dejaban hacer esa maniobra, y solo, debía de ser porque se fiaban de él. Pero el pobre no tardó en convencerme de lo contrario.

    No me reconoció. Le grité al oído todos mis datos: contralto, luego bajo, del coro reducido, gregorianista..., le canté el “Zelus domus tuae”... Me miraba con ojos muy fijos, como quien se esfuerza en hacer memoria. Le grité, qué tontería, una frase en esa lengua, recordándole que el había sido nuestro profesor de francés cuando retóricos. Aquellos ojos de niño que pasaban de fijos a extraviados, sus ojos, me hacían llorar, él lo vio, y entonces como que me miraron asustados. (por qué lloras? lo interpreté) Le canté además, desesperado, los primeros compases en versión de los tiples del “Adiós, me dijo llorando”, de su creación: “No se acuerda, padre, de cuándo la estrenamos, y la cantamos en la Universidad de Oviedo, en las vacaciones de verano, los del coro reducido?.
    Y siguió sin reaccionar. Le dí, por primera vez, un abrazo que sería el primero y el último. Por los muchos que hoy quisiera haberle dado. Llegábamos al piso de arriba, a la Enfermería.

    Hoy me consuelo, no me lo creáis, pensando que si él no pudo reaccionar a todos mis intentos, tampoco estaba ya en condiciones de abarcar la terrible dimensión de su soledad. Más que él la sentimos nosotros ahora, desde nuestra relativa salud.

    Te recuerdo con nostalgia, José Ignacio, y cuando te recuerdo pesa más en mí lo humano en ti que el artista colmado de éxitos musicales. Recuerdo cómo, cuando me despedía, siempre, de ti al salir de vacaciones, arrimado yo a la pared, medías, lápiz en mano la altura de mi cuerpo de niño y me decías, después de registrar los datos en la pared: “Cuando vuelvas, vendrás seguro a saludarme y veremos entonces qué estirón has dado en las vacaciones”...
    Para mí fuiste siempre y más que nada, amor, un amor cercano, que le hacía a uno sentirse importante, comprendido y ayudado a llevar, como tú me parecías arrastrarlo, el peso de una vida con tantos defectos de genuidad, con tantos arrabales medio oscuros, faltos de luz y de libertad. No me lo formulaba entonces como me lo formulo hoy, pero en la sala de música y en el Coro, siempre contigo y espiritualmente tan cerca, tuve los mejores momentos y los más genuinos de mi vida de niño y de principiante de adulto en Comillas.
    Gracias, te estoy llorando de veras y llorando te digo adiós, José Ignacio...
    José Manuel Ruiz Marcos

    ResponderEliminar
  4. Emocionante recuerdo el tuyo, JoséMa. Conmovedora evocación.El vuelco interior que uno siente al leer tu escrito no tiene nada que ver con lo literario y mucho con una realidad que termina quemándonos como un ascua candente. Un abrazo. Rafael

    ResponderEliminar
  5. Yo también estoy impresionado de vuestras vivencias personales y familiares con el P. Prieto. Me dice Manolita que en el Concierto de Navidad del año 80 hice una emocionada referencia a la figura del P. Prieto. No me acuerdo. Para mí Prieto sigue vivo de una manera muy especial, pues cuando canto su música es como si lo viera delante y viviera el momento de Comillas en que canté esa obra concreta. Tal me sucede este año con los dos villancicos en la, tan alegres y dinámicos y el encendido Zagalejo de perlas, que incluyo en el programa de Navidad. Cuánto me ayudó esta música a aliviar la enorme nostalgia que sentía de la Navidad familiar en León. Gracias, querido y recordado José Ignacio y que tu música siga alentando nuestras vidas durante muchos años. Descansa en paz. Joaquín Carvajal

    ResponderEliminar

Para publicar un nuevo comentario identificarse con la opción NOMBRE/URL, escribir el nombre que queremos que aparezca como autor (la casilla URL no es necesario rellenarla) y luego pinchar en el botón PUBLICAR COMENTARIO